lunes, 19 de septiembre de 2011

Del beso y el enfado

 Los besos que no damos se apilan a la espalda encorvándonos mientras envejecemos.
 Tal es su peso,
 que un hombre es doblado por acumular tanto beso.

 Los besos escondidos tras la vergüenza nos cargan pesados y grises me temo.
 Como baldosas,
 al lomo de los que cambiaron poesía por prosa.

 Los besos que en las cartas no enviadas olvidemos.
 Matarán su sello,
 en nuestra joven cabeza pero sin vello.


 Los besos asesinados al nacer en público.
 Los besos extraviados que no llegaron al músico.

 Los besos colgados del balcón. 
 Los besos que bailaron para nada esa canción.

 Todos los besos obviados imponen su castigo,
  todos atacarán tu espinazo erguido.


  Mas hay un beso que acelera el camino hacia el hombre sumiso,
 pues los besos perdidos por enfado te harán besar muy pronto el piso,
 obligándote a mirar el cordón desanudado,
 por no querer tropezar con otros labios y mantener tu inerte enfado.



Para todos aquellos que estén enfadados. Para todos aquellos que quieran desenfadarse. Para todos aquellos que quieran ser besados. Para todos aquellos que reciban un beso y para los que pretendan lanzarse.

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